Nuestra Universidad
“La Universidad Católica, en cuanto Universidad, es una comunidad académica, que, de modo riguroso y crítico, contribuye a la tutela y desarrollo de la dignidad humana y de la herencia cultural mediante la investigación, la enseñanza y los diversos servicios ofrecidos a las comunidades locales, nacionales e internacionales. Ella goza de aquella autonomía institucional que es necesaria para cumplir sus funciones eficazmente y garantiza a sus miembros la libertad académica, salvaguardando los derechos de la persona y de la comunidad dentro de las exigencias de la verdad y del bien común”. (Ex Corde Ecclesiae, Parte I)
Por propia naturaleza la universidad es una comunidad. Como tal, se propone trabajar en armonía, unida en la diversidad a la que se abre respetuosa, atenta a la expresión responsable y espontánea de sus miembros, auténtica en cuanto a que todos ellos deben obran conforme con los principios que la rigen y cristiana en el espíritu que la alienta.
La comunidad de la UCA, procura crecer en el diálogo sincero, en la reflexión sobre sí misma para profundizar sus logros, corregir rumbos cada vez que sea preciso y ayudar a cada miembro a alcanzar su plenitud como persona humana. En definitiva, dar lugar a una universidad viva y creativa; comprometida con la sociedad y la cultura en las que se encuentra inserta.
“Las instituciones universitarias se han distinguido siempre por el amor a la sabiduría y la búsqueda de la verdad, como verdadera finalidad de la universidad, con referencia constante a la visión cristiana que reconoce en el hombre la obra maestra de la creación, en cuanto formado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26-27). Siempre ha sido característica de esta visión la convicción de que existe una unidad profunda entre la verdad y el bien, entre los ojos de la mente y los del corazón: «Ubi amor, ibi oculos», decía Ricardo de San Víctor (cf. «Beniamin minor», c. 13): el amor hace ver. La universidad nació del amor al saber, de la curiosidad por conocer, por saber qué es el mundo, el hombre. Pero también de un saber que lleva a actuar, que en definitiva lleva al amor” (Benedicto XVI, 1ro. de abril de 2006).